Cuando en el horizonte comienzan a surgir nubarrones, anunciadores de las tormentas que se avecinan y cielo y mar se confunden en densas obscuridades franqueadas por blancas espumas vaporosas o suaves nubes de algodón. Siempre recuerdo las suaves y doradas luces de otoño que transforman en oro los rincones que tocan, cual piedra filosofal ideada por utópicos personajes, ajenos a la cotización bursátil del dorado elemento.
Porque mientras la actualidad se nos presenta sombría e inamovible, el pasado, en su distancia, se suaviza y dulcifica moldeándose a nuestro deseo de obtener o más bien recordar, tiempos de bonanza.
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