martes, 20 de diciembre de 2011

MARRAKECH (II)

Mención aparte merecen los barrios de tintoreros y curtidores. Si dejamos de lado el olor fétido de ambos, que puede ser mitigado con un buen manojo de hierbabuena pegado a la nariz, su visita bien merece la pena. El trabajo inhumano que allí se desarrolla, no es digno de reflejarse en estas páginas, sirva como denuncia este documento escrito. No obstante el colorido de pieles y lanas y las distintas texturas son todo un regalo para la vista









Dejando atrás esta sinfonía de hedores y colores y fuera ya de la Medina nos encontramos con dos villas de particular encanto: La Menara, plagada de leyendas sobre los amores y crímenes del Sultán, con su inmenso estanque y su arquitectura sencilla y  la otra, un verdadero capricho de color, La Majorelle, con sus maravillosos jardines y su fantasiosa decoración.










Son dos mundos distintos, el lujo observado en estos palacetes sería impensable sin la existencia del otro mundo en el que la esperanza de vida no suele superar los cuarenta años, como consecuencia de la elevada toxicidad de los curtientes y colorantes empleados en el proceso artesanal de la industria de la lana y el cuero, más preocupada del  precio, de la competitividad -¿Os suena?- que de la salud de sus operarios.

 Adentrémonos de nuevo en La Medina para contemplar los vestigios del antiguo esplendor.

   El palacio El Badí fue edificado a finales del siglo XVI por el sultán saadí Ahmed al-Mansur. Dotado de todo el lujo imaginable, hoy solo se pueden visitar sus ruinas, ya que no llegó a durar 2oo años, dado que el sultan Mulay Ismail empleó sus riquezas en la construcción de otra de las ciudades imeriales: Meknes. 











  Mandado construir por el visir Ahmed ben Moussa a finales del siglo XIX, el palacio Al Bahia fué realizado por los mejores artesanos marroquíes de la época. Hecho de una sola planta, consta de 160 habitaciones. Parece ser que la enorme obesidad de su propietario contribuyó en gran medida a este tipo de construcción carente de escaleras. El palacio debe su nombre a la favorita, de entre sus 4 esposas y 20 concubinas  ya que su nombre quiere decir la brillante o la bella.













  Marraquech posee también la más esplendorosa madrasa -universidad coránica- de marruecos, la de Ben Yusef, finalizada en el año 1565 por el sultán saadí Abdellah El Galhib. Este monumento, uno de los más emblemáticos de la ciudad, es de clara inspiración andalusí.




















 No muy lejos de este lugar se encuentra un cementerio que aloja las tumbas saadies, dinastía que ordenó la construcción, como hemos podido ver, de los más emblemáticos monumentos de esta gran ciudad.





Con su almenar de 70 metros de altura la mezquita de la Koutubia es visible desde gran parte de la ciudad. Su estilo es similar al empleado en la construcion de otros dos conocidos almenares: el de la Torre de Hassan de Rabat y el de la mezquita de Sevilla, conocido como La Giralda






Con sus diez kilómetros de longitud y una altitud entre ocho y diez metros. Las murallas definen la medina o ciudad antigua. El extremado clima de Marrakech no recomiendan hacérselos andando ya que el frío invernal o el tórrido verano pueden acabar con la resistencia de la mayoría. Pero no está de más darse una vuelta en coche de caballos para contemplar la inmensa obra y el hermoso palmeral, anuncio de lo que será el predesierto del Gran Sur.













 En fechas posteriores continuaremos hablando de Marruecos.

1 comentario:

  1. Muy bien Juan, es de agraceder tus amplios y sabios comentarios en uno que siente cierto recelo en visitar ese Pais. Gracias Juan

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