El observador pasajero del Metro de Madrid que viaje por el subsuelo del castizo Barrio de Chamberí, contemplará, como si de un relámpago se tratase, el paso fugaz de un andén en el que nunca se realiza parada alguna.
Un pequeño hall abovedado y recubierto de blanca cerámica, nos da la bienvenida a este remanso de paz, alejado del bullicio de la vida metropolitana. En el se conservan aún las viejas taquillas, portillas de acceso y papeleras para los billetes usados que nos trasladan al pasado, a la brevedad de su vida acaecida entre Octubre de 1919 y Mayo del 66 en que fue definitivamente cerrada y tapiada.
Sus andenes y pasillos fueron empleados como refugio antiaereo durante la guerra civil y cuentan las leyendas que hasta su reapertura como entorno museístico fue usada como refugio por personas sin techo, lo que no parece excesivamente probable dado el buen estado en que se encuentran sus carteles, así como la cerámica publicitaria.
Las reducidas dimensiones de sus pasillos y andenes nos trasladan a un Madrid más tranquilo y acogedor, de unas dimensiones más humanas, las del Madrid de siempre. Claro que eran aquellos otros tiempos.
Una estación sin trenes. Igual que un aeropuerto sin aviones. En fin...
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